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  • Irene Merayo Alba

Javier Aznar: “Me dije ‘cúrratelo a muerte para compensar que no estás estudiando esto' "



Javier Aznar (Santander, 1985), más conocido por su seudónimo ‘El Guardián’, se dio a conocer por su famoso Manual del buen vividor en la revista Elle. Tras el éxito de su primer libro, ¿Dónde vamos a bailar esta noche?, que recopila precisamente esos pequeños relatos, actualmente escribe para Vanity Fair, con quienes también comparte, junto con Seagrams, el recién estrenado podcast de entrevistas Hotel Jorge Juan. También colabora con GQ, Jot Down, Cambio16, además de en AS y la revista Líbero, donde habla de fútbol.


Es licenciado en Empresariales por ICADE, aunque el periodismo siempre ha sido su verdadero amor.


Javier llega a la cafetería tras sus gafas de sol, con las manos en los bolsillos y esa elegancia involuntaria de la que él tanto habla haciendo acto de presencia. Ya en la cola, me comenta que ahora va siempre acelerado, consumido por el tiempo que dedica al podcast. Dejemos que nos cuente un trocito de su historia.






P: Empecemos desde el principio. Empezaste a escribir bajo seudónimo, renunciando así a cualquier reconocimiento. Cuéntame cómo fue todo aquello, y cómo decidiste dejar de firmar como ‘El Guardián’.


R: Ahí se juntan dos factores: yo, cuando empecé a escribir, trabajaba en una consultora que no me gustaba nada, y un día escribí un artículo de opinión en un periódico y me llamaron la atención porque le dijeron que no podían asociarme con algo mío, la empresa… Y esto se junta con que por su naturaleza no me gusta nada la exposición, me considero incluso tímido, no me gusta que me reconozcan, y estoy más seguro escribiendo desde un lugar más “secreto”, y por eso en Instagram o Twitter no tengo fotos mías, me cansa de mí mismo con facilidad y me sorprendo de la gente que tiene tanta exposición que no termina harta de sí misma, de su foto, de su voz, de su imagen… Y el tener una foto que no es mía de perfil, otro nombre incluso, subir fotos a Instagram de los demás en lugar de mías hace que me fije más en el exterior y menos en mí mismo, me gusta más y me hace sentir más cómodo. Y hubo un momento en que estaba en Nueva York en Central Park, y de hecho por el tema del Guardián entre el centeno, por Holden Caulfield, en que sentí que se cerraba un círculo, que ya había escrito mucho con el seudónimo de “El Guardián”, que ya había pasado esa etapa, que necesitaba también hacerme responsable de lo que escribía. La gente quería saber quién había detrás y yo ya había llegado a un lugar de reconocimiento en que necesitaba hacerme responsable de mis opiniones y que estuvieran firmadas por un nombre que fuera el mío. Ahí sentí, de un día para otro, que era el momento idóneo para hacerlo. Fue un día de septiembre de 2015.



P: ¿Y por qué elegiste ‘El Guardián’? Porque, aunque es cierto que en Vanity Fair has mencionado varias veces tu admiración por el escritor J. D. Salinger, en una entrevista para El Mundo lo calificaste de algo accidental.


R: Sí, la elección fue un poco accidental, pero no por ser accidental deja de ser algo con un sentido detrás. El guardián entre el centeno es un libro que me golpeó de una forma especial cuando era pequeño, y además fue bastante curioso, porque es como un reflejo de lo que ha sido mi vida, porque lo empecé a leer siendo muy pequeño y no me gustó nada, porque no lo entendía y no era para mí. Quería leer libros un poco más de mayores, y mi afán por crecer rápido y por parecer más cultureta por lo que había leído, y quise de repente leer ese libro. Y lo detesté, fue con once o doce años, y luego, un par de años después, lo volví a leer y sentí que hablaba de mí, me encantaba, y lo noté enseguida, que es un libro tremendamente vigente, algo muy difícil de conseguir, que parezca escrito ayer mismo, porque las emociones, sentimientos, las cosas que evoca siguen ahí. En cambio, todo lo superfluo, lo que es ambiental, ha desaparecido. Entonces fue un poco espontáneo, me dijeron en ELLE que necesitaba un seudónimo, porque no quería escribir con mi nombre y fue el primero que se me ocurrió, pensando que no iba a tener más repercusión, pero todavía tengo que dar explicaciones de “¿Por qué ese seudónimo?”. La verdad es que tengo mucha afinidad con el libro y con el autor, del que me interesa mucho también esa forma de ser: él era mucho de estar recluido, no le gustaba nada la exposición ni todo el circo que hay alrededor. Tengo simpatía hacia el libro, el autor y hacia el protagonista… y hacia Nueva York.



P: Hablando de Salinger, decías en uno de tus artículos que te hubiese gustado que él fuese ese autor del que eres amigo para poder llamarle por teléfono, pero que nunca lo hubieses hecho. ¿A qué te referías?


R: Pues me pasa ahora, aquí, que conozco a autores que me interesan muchísimo y me encantan, y que podría tener acceso a ellos, o son amigos de amigos, y realmente no les llamo porque me gusta más conservar el misterio y porque además sé que hay gente a la que no le gusta, que prefiere mantenerse a una distancia. Eso es lo que me pasa con Salinger, que sabiendo que era como era, nunca le habría llamado, porque sé que hubiese sido un coñazo para él que le diese la chapa, pero entonces solo tener esa sensación de querer llamarle y poder hacerlo, solo saberlo, me habría encantado, pero lo habría respetado igualmente, no lo habría hecho.

De Salinger me impone lo bien que escribe, lo profundamente conmovedores que son sus libros, lo difícil que es conseguir eso. Eso me impone porque dices, “yo nunca voy a tener esa sensibilidad” o “nunca seré capaz de escribir algo tan crudo”, porque él lo pasó muy mal, estuvo en la II Guerra Mundial en Normandía, lo cual le afectó mucho, y todo ese cóctel de emociones él lo transmite muy bien en el libro, y además desprovisto de todo tipo de artefactos cursis o de caer en sentimentalismos. Hay un cuento suyo que me encanta, Un día perfecto para el pez banana, donde habla de un chico afectado, con una niña pequeña que es su amiga, y lo considero tan conmovedor, tan duro y a la vez tan crudo que digo “yo nunca podré escribir algo así”, pero me impone porque creo que era un talento salvaje, y también el hecho de que lo pasase tan mal, pero a la vez le admiro, por supuesto.



P: En tus escritos, hasta en los más tristes, no se ve un lamento. ¿Cómo se consigue darle la vuelta a eso?


R: Es cierto que lo intento, tal vez sea por mi forma de ser, que no soy nada optimista, pero en cambio cuando escribo intento ser un poco frívolo, me encanta ese doble efecto, jugar con la frivolidad, que la gente piense a veces que soy algo superfluo. Creo que no tengo que transmitir que lo estoy pasando muy mal para que la gente pueda ver que debajo subyace algo de nostalgia, de tristeza… De hecho, esta es una de las cualidades por las que me fichó mi editora. Ella decía que notaba que, debajo de todas esas capas que yo puedo poner de humor, de anécdotas o de frivolidad, había algo más profundo. No querer ser muy evidente es una obsesión que siempre he tenido, es algo que me enseñó un profesor al que siempre he admirado mucho. El no ser obvio en la música, en el cine, en la literatura. Si tú quieres contar algo, deja que el otro lado, el espectador, el lector, el oyente a veces sea capaz de interpretarlo, porque ese juego es el divertido. Si tú lo das muy telegrafiado, si dices “lo estoy pasando mal, estoy que me muero, me caigo por las esquinas, me han dejado, todo es una tristeza, el mundo no merece la pena”, la gente no querrá leer eso, se lo estás dando hecho. Sin embargo, si haces una canción o una película donde el espectador se pregunte “¿esto quiere decir esto?”, “¿esto es una metáfora de esto?”, “mira cómo debajo de todo esto…, como que te deja un sabor un poco…”. Y es que los relatos de muchos de los escritores a los que más admira, sobre todo de relatos, eran muy así, tenían esa capacidad para contarte una cosa cuando aparentemente te están contando otra, como el truco del trilero. Incluso Bob Dylan, con la música, o Calamaro. Gente así, que hace una canción y te está hablando de una cosa cuando tú crees que está hablando de otra; ese juego me gusta mucho, y es lo que yo siempre he intentado hacer, más o menos, como puedo.



P: Y a pesar de que dices que puedes parecer frívolo, está claro que los lectores se sienten muy identificados con lo que escribes porque se lo acercas, incluso a gente que de primeras no pensarías que puede conectar contigo.


R: Sí, ya. Yo, por ejemplo, he disfrutado enormemente escribiendo en ELLE, y ahora en Vanity Fair, que son revistas más destinadas, por así decirlo, a un público femenino. Y muchos amigos escritores me preguntaban qué hacía escribiendo allí, y yo lo considero lo mejor que me ha pasado. En el fondo es una voz única, distinta y especial, la de un chico en una revista de chicas. Intento, si hablo de fútbol, no ser uno más hablando de fútbol, sino acercárselo a gente con la suficiente capacidad para entender que realmente no estoy hablando de fútbol. El fútbol es lo de menos, yo estoy hablando de mis recuerdos, de mi infancia, de mis emociones, de mis vínculos con su padre y con mi hermano, con amigos, de mis inseguridades… Porque cuando hablo, por ejemplo, de que envidiaba a un chico de mi colegio mayor que llevaba unas botas que me fascinaban mientras yo llevaba unas cutres, estoy hablando en realidad de lo que a todos nos ha pasado: querer ser el chico guay de dos años más. Y, en el fondo, da igual que esté hablando de unas botas, de una bicicleta o de un videojuego; lo que importa es lo que subyace a eso. Y por eso he estado muy cómodo haciendo ese tipo de relatos y contando ese tipo de cosas, porque en el fondo a veces no es más que la excusa. Me siento muy agradecido de que mis historias conecten con la gente. A veces me sorprendo y no sé por qué conectan con alguien muy distinto a mí, pero yo creo que esa es la gracia, la magia y lo precioso de escribir y de leer.



P: Entonces, ¿orientas un poco la manera en que escribes dependiendo de a quién le escribes?


R: Escribo diferente de fútbol, por ejemplo, en AS y en Vanity Fair por ser un formato diferente. En AS tengo muy poco espacio, son dos mil caracteres, aunque me hayan fichado para hablar de lo mismo que en Vanity Fair. Evidentemente, es más difícil trasladar el mensaje en pocos caracteres que en mi libro o en un artículo en la web de Vanity Fair. Luego, aparte, el periódico tiene algo más de actualidad que lo otro. Aun así, no intento adaptarme, intenta ser yo mismo, aunque parezca un cliché, pero también tengo en cuenta para quién escribo, lo cual creo también que es un error, porque la gente quiere leerte a ti, no que tú te adaptes a ellos. Sería de tontos, como escritor, no crearme mis estructuras para conectar con la gente, enganchar, en una época en que es muy difícil que te lean, arrancar diez minutos de alguien para que te lea, para captar su atención. Tienes que ser más listo que nunca y saber cómo engancharles con una frase, con una historia, una anécdota, con un giro, un guiño, y saber que está más caro que nunca y la gente ahí fuera te va a matar para que le lean a él y no a ti. Además, por mi forma de escribir y por mis intereses no escribo de actualidad, aunque me daría muchas más visitas o más clicks, porque me aburre hasta morir, y no porque no sea un tema importante, sino porque ya hay cien mil personas que lo hacen probablemente mejor que yo. La verdad es que intento huir de la actualidad más inmediata y quedarme con otras cosas que para mí son más importantes.



P: Pasaste de estudiar en ICADE y trabajar en una consultora a tu vida de hoy, dejando atrás la vida que, se suponía, estaba planeada para ti, ¿cómo reaccionó tu familia a eso?


R: Lo que pasa es que tenemos mucha obsesión, yo el primero, y es un problema, con nuestros padres. Es un tema que, de hecho, me interesa mucho. La relación que tenemos a veces de no querer decepcionarles, que nos bloquea mucho a veces para tomar decisiones. Yo soy el primero que quiere ser agradecido a sus padres por todo lo generosos que han sido siempre conmigo, pero, al mismo tiempo, también siento que el no querer decepcionarles era algo que me bloqueaba mucho. Y, hablándolo con mi entorno, me parece sorprendentemente recurrente las veces que este tema sale a la hora de tomar decisiones. Para eso tendríamos que parecernos más a la cultura americana. No te pueden estar influyendo, coaccionando continuamente. Puedes tomar su consejo, pero eres tú quien debe tomar tus decisiones e ir por libre. Y ya no solo con los padres, sino con tu círculo de amistades. En mi caso, estaba tan metido en mi círculo de la universidad que podía parecer que lo que iba a hacer era una locura. En cambio, sales de tu círculo inmediato y te encuentras a gente mucho más intrépida, mucho más valiente, con otras inquietudes, y es muy enriquecedor, y a veces te bloqueas ahí. Yo estuve cinco años en la consultora y no di el paso hasta que pude de verdad ganarme la vida bien escribiendo, cuando estuve un año y pico en el auténtico barro absoluto: trabajando de día en la consultora, desplazándome hasta los clientes, hasta muy tarde. Llegaba a mi casa, dormía nada y escribía. Ahora lo pienso y digo “yo no sé cómo no me dio un ictus”, el esfuerzo que hice ese año y pico fue demencial, pero había una causa… a veces en la vida te mueven causas mayores. Cuando te pasa una desgracia, o cuando estás muy bloqueado sacas fuerzas de flaqueza y eres capaz de todas las cosas, como lo que se dice de las madres cuando ven a su hijo en peligro, que desarrollan una fuerza que puede levantar un coche. De repente no te das ni cuenta de la adrenalina que tienes. Yo, en esa época, cuando vi que me podía surgir la oportunidad de escribir una columna y un blog en ELLE y que no me gustaba lo que hacía, me dije “tengo que demostrar que valgo, me lo tengo que currar, tengo que aprovechar la oportunidad” y cuando llegué y le dije a la gente que me había surgido esa oportunidad y me quería dedicar más a fondo a ello, me apoyaron, y ese apoyo en mis padres ha sido infinito. Sorprendentemente, yo pensaba que eran gente ajena a este mundillo, pero me han apoyado una barbaridad.



P: ¿Y siempre te ha gustado escribir? Porque no debió ser fácil descubrir que era lo que de verdad querías hacer.


R: Sí, siempre. Sí. Fue fácil descubrir que era lo que de verdad quería, porque, de hecho, echando la vista atrás, es lo que más me gusta del mundo. Además, son cosas de las que no te das cuenta, porque para ti es lo normal, pero luego hablas con la gente o la ves y te das cuenta de que a lo mejor tú eres, en eso, un apasionado. Yo, desde pequeño, echando la vista atrás siempre le escribía cuentos a mi profesora de inglés. Me encantaba, cuando una chica me escribía cartas de clase, me iba a mi casa y escribía como cinco hojas curradísimas con bromas, giros, y, claro, la chica me miraba como si estuviera loco, “este colgado, ¿por qué me ha escrito algo tan…?. A mí lo que le gustaba era escribir, me gustaba más que la chica en sí. Me gustaba contar algo en una carta. Ya con quizá catorce años, me gustaba tener la sensación para poder llegar a casa y decir “voy a escribir una carta a la chica esta y voy a hacer un giro, contar algo con humor, hacer una metáfora”, no me gustaba contestar rápido y fácil. Siempre he querido seducir la mente de la otra persona que me está leyendo, “ya que me va a leer, que no sea aburrido, que no sea una carta más que le manda el cafre que tengo en el pupitre de al lado, yo quiero parecerle especial a esta chica”. No quería, tampoco, ir de guay, pero quería que viese que tenía mis inquietudes, que me hacía gracia tal cosa, hacerla reír, que es tan sencillo como eso. Y, luego, me encantaba leer la prensa deportiva, me gustaba por ejemplo más leer sobre videojuegos, esa revista que analizaba mi videojuego, que jugar con ellos, me divertía mucho más. Cuando luego creces y te das cuenta de que, a lo mejor, en la universidad no tienes las inquietudes de otros compañeros de la carrera, como a mí, que me gustaba más el periodismo, el tema de escribir, el tema de leer, pues estuve un par de años forzándome a ser lo que yo no era. Y, a partir de tercero de carrera, más o menos, me di cuenta de que a mi me gustaba escribir, leer, el periodismo, y me dije “cúrratelo a muerte, más que nunca, para compensar que no estás estudiando esto”. Entonces siempre intenté complementar mi educación y mi formación con eso. Me puse a escribir como loco, escribiendo mails a mis amigos super currados… y así hasta ahora. Nunca he dejado de escribir.



P: Y la inspiración para escribir todo eso, ¿de dónde salía? A día de hoy en tus escritos encontramos casi cualquier temática.


R: Intento escribir sobre detalles que luego puedan desencadenar pensamientos un poco más profundos, me gusta mucho jugar con pasar de lo ordinario a lo extraordinario, es decir, me gusta contar algo pequeño y, de ahí, ir, sin que te des cuenta, desarrollando algo más grande, tirar un detalle pequeño y extrapolarlo a una conclusión un poco más grande o que abarque más cosas. Intento hacer ese tránsito.



P: Para ir cerrando, ¿te ves todavía escribiendo dentro de diez años?


R: Sin duda. Mira, en el campo del periodismo hay muchísimo llorón. Odio a los llorones y las excusas. Creo que hay un terreno fértil para explorar en este terreno, en el tema de escribir, también relacionado con el tema de la publicidad… contar historias, es contar historias. Al final da igual el formato en que lo hagas, y aunque ahora las empresas, los grandes periódicos pasan crisis, yo quiero transmitir un optimismo que existe, y que es aprovechar las oportunidades. Dejar de llorar y buscarse la vida. Yo me la he buscado, yo no estudié nada de esto, no tenía contactos, no tenía padrinos, no tenía nada, cero. Era un absoluto externo y he acabado escribiendo donde siempre he querido, no he movido nunca mi currículum, he conseguido tener un podcast por el que me pagan, que no hay ninguno de este tipo en España, y al final si tú dejas de llorar y te centras en explotar lo que tienes, en moverte para aprovechar las redes sociales, ser listo, saber moverte, te puedes dedicar a lo que tú quieras. Pero para eso hay que dejar de llorar y trabajar, escribir todos los días, leer todos los días, estar al tanto de lo que la gente hace en redes sociales, dejar de lloriquear porque ahora los youtubers llenan la feria del libro. En vez de hacer eso, sé lo suficientemente listo para detectar qué hacen ellos bien, qué puedes usar tú para beneficiarte, qué tácticas puedes llevar a tu terreno. En la vida puedes llorar o aprender, y yo soy de los que intenta estar al loro y mejorar. Entonces, dentro de diez años no sé qué haré, porque también si hace un año me hubiesen dicho que iba a tener un podcast no me lo hubiese creído porque, aunque me encantaban, no me lo había planteado. De pronto, un año, empiezo a pensar, a darle vueltas, hablo con gente y digo “es un buen momento, lo lanzamos”. Dentro de un año no sé qué estaré haciendo: si estaré escribiendo, si estaré dedicándome a tal cosa, pero sé que en algo de contar historias estaré metido. ¿En qué formato? Dios dirá.



Cartel del podcast Hotel Jorge Juan




P: ¿Algún consejo para quienes les gusta escribir?


R: Pues hay un consejo que me gusta mucho del humorista Steve Martin, que es “sé tan bueno que no te puedan ignorar”. A mí me escribe muchísima gente, casualmente cuando me pasa algo bueno, gente joven en la que noto, cada vez más, que están más preocupados por ser conocidos que por ser buenos. Me preguntan cómo creo que les puede leer más gente, no si creo que es suficientemente bueno o interesante, o si creo que eso puede llegar a la gente. Siempre es como “esto es lo que hay, esto es todo lo que puedo dar, ¿cómo me puede leer más gente? Quiero más reconocimiento, más fama, más followers”. Yo creo que esto no puede ser así, crecer en followers es relativamente fácil, lo difícil es intentar ser bueno y no renunciar a ser bueno por tener más audiencia. A la gente que empieza a escribir les digo que escriban todos los días, porque verdaderamente todos los días se mejora, y es sano leer cosas que has escrito antes y que no te gusten, que veas redundancias, extras… Pero la vida es así, siempre vamos a estar editándonos a nosotros mismos respecto a nuestro yo anterior. Lo raro sería lo contrario. Mi consejo, si les gusta escribir, es que lean también muchísimo. Que copien. Yo hago algo que me parece muy útil y que empecé sin querer, y es que cuando me gusta mucho algo escrito o dicho por alguien, muchas veces quiero compartirlo en Twitter o en mis escritos. Entonces hago la foto, lo releo varias veces, lo copio en Twitter, lo copio en papel o en el ordenador y, sin darme cuenta, he releído quince veces un párrafo de Hemingway, de Joan Didion… Y se te van quedando sin darte cuenta los mecanismos internos de alguien que escribe muy bien. Eso, en mi día a día me ha venido muy bien para copiar cosas de otros que me gustan. “¿Por qué este tío es tan bueno? Porque es seco, mira qué bien ha hecho aquí la broma, cómo hace el giro, no explica de más, esconde la jugada para luego sorprenderte…”. Y eso se aprende interiorizando los mecanismos de otros. Intentar replicar o tirar de memoria. También hay que ser avispado para ver dónde puedes meter el hocico. Yo creo mucho en el mundo del podcast, que en España hay muy pocos, y hay cosas que se hacen mal, muchas veces son programas de radio cortados. Yo empecé uno muy pequeño con unos amigos que me sirvió para aprender, y ahora tengo el mío, más profesional y serio. Al final es contar historias, aprender. Es importante ser fuerte para no acabar odiándolo por lo que estás estudiando, cosa que a veces le pasa a la gente de periodismo, o por unas malas prácticas, un mal jefe, un profesor malo que te hace creer odiar el periodismo. Hay que ser suficientemente fuerte, mentalmente capaz de no abandonar lo que estás haciendo ni que nadie pueda evitar que tú escribas si es lo que te gusta de verdad. Y no desanimarte porque te lean pocos. Es importantísimo escribir igual si te estuvieran leyendo diez personas, tener el mismo compromiso que con cien. Yo soy el primero que intenta currarse bien los whatsapps para la persona que los reciba. Sin faltas de ortografía, bien escritos, con alguna coña… para no perder lo sagrado de escribir. Escribir para mí tiene que ser sagrado, yo no puedo escribir un tuit que pierda el respeto a mis lectores, tengo que tomármelo en serio, todo lo que haga escribiendo, en cualquier momento, tiene que ser sagrado. Eso tienes que mantenerlo siempre.

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